Miércoles 22 de Enero de 2025

18 de diciembre de 2024

Luis Miguel volvió a Buenos Aires para cerrar la gira con su colección de clásicos y un carisma arrollador

Este martes 17 se dio la primera de las dos funciones que El Sol de México programó en el Campo Argentino de Polo para finalizar el recorrido que había comenzado en agosto de 2023 en esta misma ciudad

>500 días, 192 shows, 99 ciudades, 20 países y millones de personas pasaron por los ojos de Desde muy temprano las calles de la zona conocida como Cañitas fueron valladas de manera tal en que se dividieron los accesos del público: los de un sector vip, por un lado; los del otro vip, por otra puerta; la tribuna par ingresó por un acceso; la impar, por otro; la gente del campo de a pie, más para allá... En ese laberinto, la multitud iba feliz palpitando un nuevo reencuentro con el ídolo que sigue renovando su romance con la Argentina. Como si hiciera falta.

Los clubes de fans, siempre presentes y bulliciosos, con sus looks distintivos y sus fan actions. Las señoras y señoritas con sus coronas de flores iluminadas que hacían parpadear el horizonte. Los acompañantes casuales, alguna que otra celebridad. Todo estaba en su lugar, mientras una música celestial amainaba la espera y las pantallas reflejaban las nubes de un amanecer anaranjado. Unos veinticinco minutos después de las 9 de la noche del martes 17, las luces se apagaron, el griterío brotó con intensidad y la big band fue ocupando sus lugares para darle melodía y ritmo al clásico video resumen de la vida de Luismi. Un coming of age al que todavía le quedan unos cuántos capítulos, mientras un sol empezaba a hacerse grande.

Así como muchos cantantes suelen descansar en pistas vocales para dar sus shows, Luismi esta vez se recostó sobre el karaoké argentino. Y le cedió la primera estrofa a la multitud. De inmediato, de una mesita de noche dispuesta en la parte delantera del escenario -en la que además había un florero con rosas blancas, un velador, una vela flotando en agua y un extraño botón detonador- tomó su micrófono con la mano derecha y el controlador del volumen con la izquierda, del lado del corazón. A partir de allí, y como viene haciendo desde hace mucho, él mismo se ecualizó en directo: mientras acercaba o alejaba el mic de su boca, le daba o le quitaba volumen tanto a lo que emitía como a lo que le llegaba por el in-ear que tenía en el oído izquierdo.

El Luismi de hoy -o al menos el de los últimos 10, 15 años- tiene un poco de Elvis, algo de Michael Jackson, de Frank Sinatra, de Sandro e inclusive, hasta de Bob Dylan. Misterioso, esquivo a dar declaraciones por fuera de su música, virtuoso, discreto. Vive en su propio Neverland, su residencia en Las Vegas es todo el continente americano, regula el caudal de su voz y el aire mientras rompe las métricas de sus éxitos a piacere. Disfruta de escuchar cómo su gente canta de una manera y él hace lo mismo pero de otra forma. Y casi siempre mueve la pelvis como si no hubiera un mañana.

Si bien todo está en su lugar y es una máquina aceitada por demás, sostenida por el piano acústico de Mike Rodríguez y el teclado espacial de Salo Loyo, se destacan el trío de coristas que conforman Paula Peralta, Lara Mrgic y Tatyana Cooper -las socias ideales para sostener la melodía de las canciones mientras Luismi le cambia la forma a los versos- y el quinteto de vientos (Alejandro Barragán, Bill Churchville, Arturo Solar, Omar Martínez y Alejandro Carballo) que llevó la armonía y le marcó el pulso al baterista Víctor Loyo y al percusionista Roberto Serrano. Incluso, el cantante juguetea un poco con ellos y los deja bajar de su tarima en “Dame” para que lo rodeen mientras baila sobre la coda.

Mucho se habló de lo poco comunicativo que estuvo con el público en sus visitas más recientes. Y si bien esta vez volvió a evitar la demagogia de saludar y hablar, tenía claro donde estaba parado. “¿Cómo dice, Buenos Aireeees?”, preguntó en “Amor, amor, amor”, la segunda de la noche, mientras seguía ingresando mucho público al show. “Canten conmigo, Buenos Aireeees”, volvió a invitar en “Un hombre busca a una mujer”. Y se refirió a “mis amigos de Argentina” algunas veces más. Suficiente. Tampoco estuvieron sus famosas muecas con las que solía expresarle sus broncas a los sonidistas: apenas se tocó el oído y señaló hacia arriba una sola vez, en el medio de su interpretación de “Como yo te amé”.

Sin demasiado despliegue, las pantallas hicieron lo suyo con unas mínimas animaciones adhoc. Como unas palmeras muy al estilo Acapulco para la romántica “Te necesito”, un mar de oleaje picante para “Culpable o no” o una zoom hacia el cosmos en “Hasta que me olvides”, canción que Luismi se apropió desde la desaparición de su madre Marcela Basteri. También aparecieron las figuras Michael y Sinatra en el segmento de los duetos (”Sonríe” y “Come Fly With Me”, respectivamente), el único momento en el que se pincha el show, ya que las voces parecen encimarse y el resultado es algo adocenado.

De aquel niño que era, rescató en otro meddley las ochentosas “Ahora te puedas marchar”, “La chica del bikini azul”, “Isabel” y “Cuando calienta el sol” para cerrar la faena. Las enormes pelotas inflables negras con sus siglas rebotaban entre las cabezas de la multitud mientras él largaba sus últimas bocanadas melódicas. Al terminar la música, se acercó por última vez a la mesita que tenía en el escenario y accionó el detonador: el cielo de Palermo se iluminó con fuegos artificiales de colores mexicanos. Y tal como podría haber cantado Andrés Calamaro, en el aire también quedó flotando la idea de que “Luismi está vivo, me lo dijo un amigo cuando el sol empezaba a caer / En América lo saben todos, pero es gente muy discreta y no dice nada / Será mejor así”.

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