Martes 22 de Abril de 2025

21 de abril de 2025

El último reportaje del Papa Francisco a Infobae

En una extensa entrevista, el Sumo Pontífice se refirió a la posibilidad de un cambio en el celibato, al drama del narcotráfico en América Latina, la invasión de Rusia a Ucrania. Detalló sus costumbres cotidianas y qué pensaba de la muerte

>—Se cumplen 10 años del día en que usted fue ungido Papa. ¿Tiene recuerdos de ese día? ¿Qué es lo que primero le viene a la memoria?

Otro recuerdo interesante es que, cuando llegué —esto es lo que dirían los psicólogos el inconsciente deshonesto—, antes de entrar a la Sixtina, me encontré con el cardenal [Gianfranco] Ravasi y empezamos a caminar en el hall grande antes de la Sixtina. Y le dije “¿Usted sabe que yo para mis clases de sapienciales uso —usaba, ahora no las doy más—, sus libros?”. Y le empecé a explicar y empezamos a hablar de los libros sapienciales y nos pusimos en órbita los dos, hasta que sentimos un grito: “¿Ustedes van a entrar o no? Porque voy a cerrar la puerta”. El inconsciente de no querer entrar. Son cosas que uno no maneja.

—No. La dinámica es la misma. Ésta tuvo una votación más. En la del 2005 fue en la primera votación de la tarde. En ésta fue en la segunda de la tarde. En la primera ya se vio la tendencia.

—¿Le puedo preguntar, Santo Padre, si identificó —me imagino que sí— a quienes le hacían campaña en contra en ese momento?

—No.

—No, sinceramente no. No sé si hubo campaña en contra. No sé. Evidentemente había otros que votaban a otra gente. Es verdad que al final casi fue… no digo unánime, pero sí bastante. La votación fue masiva a lo último. Pero en contra no, no se me ocurrió quién. Y ponerme a imaginar… Corro peligro de calumniar, así que mejor que no [risas].

—Mucha gente que lo conoce hace años a veces me dice que se lo ve mucho más feliz que antes, desde que es Papa. ¿Usted siente lo mismo?

De las puertas para ingresar a la ciudad del Vaticano, la del Perugino es la más cercana a la Residencia de Santa Marta, donde el Papa, vestido de blanco y con calzado negro, recibió a Infobae. Es una puerta que confunde a los turistas: es famosa por estar en los muros de la ciudad antigua, por los frescos de Pietro Perugino que le dan el nombre y por ser una vía a la Basílica de San Pedro, pero funciona como entrada privada.

La razón es simple: Francisco había decido no vivir en el Palacio Apostólico, la residencia oficial de los papas, sino en Santa Marta. Es decir que esa saliente empedrada de la Via della Stazione Vaticana, que termina frente a un portón gris y discreto, es la puerta a la casa del Sumo Pontífice.

—Usted viajó a Brasil en 2013 y en el regreso una periodista de la televisión brasileña le preguntó sobre el lobby gay, y usted dijo “Yo no soy quién”. Primero desmintió que haya un lobby gay, dijo se puede ser parte de muchos lobbies, pero dijo “Yo no soy quién para juzgar a nadie”. Dejando de lado la elección o la preferencia sexual, una persona que ha cumplido con el resto de lo que la iglesia manda, ¿estaría en condiciones de comulgar? O le doy una vuelta y le pregunto: ¿usted le daría la comunión?

—Dije tres cosas sobre las personas de tendencia homosexual. Una en Brasil, que es la que usted menciona, y dije así: “Si una persona de tendencia homosexual es honesta y busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarla?”. En el viaje de vuelta de Irlanda dije —me preguntaron, y dije— “Yo les pido a los padres que si tienen un hijo con tendencia homosexual, o una hija, que los tengan en su casa. [Que] No los echen como castigo. Que los acompañen”. La tercera fue en la entrevista con Associated Press donde hablé de la criminalización. La criminalización es un problema serio: hay alrededor de 30 países que de uno u otro modo tienen criminalizado esto. Y casi 10, [con] la pena de muerte. Casi 10.

—Tengo amigos de mi misma generación que van por lo que se dice su segunda administración, su segundo matrimonio, están muy felices. Se casaron muy jóvenes y tal vez no funcionó. Y tienen hijos y quizás los educan en colegios católicos o en universidades católicas. Y muchas veces tienen dudas sobre si pueden comulgar. ¿Me podría ayudar a entender?

— Sí. No podemos reducir una situación humana a una preceptiva. El papa Benedicto —que sabía de estas cosas y era un gran teólogo, no iba a tocar el violín en teología, sabía— dijo tres veces, en el Alto Adige una, en Piamonte dos y [la] tercera en Roma, que gran parte de los matrimonios por iglesia son inválidos por falta de fe. Y fíjese usted: a veces [uno] va a un casamiento y parece más bien que es una recepción social y no un sacramento. O sea, se casan sí… Cuando los jóvenes estos dicen “para siempre”, anda a saber qué entienden [por] “para siempre”. Mientras dure el rollo, no sé. Y Benedicto decía [que] por esa falta de conciencia gran parte son inválidos. Y hay que tener en cuenta eso. No tienen conciencia de lo que es para siempre. Una señora muy sabia una vez me dijo: “Ustedes los curas son muy vivos. Para ordenarse curas tienen que estar seis, siete años en el seminario. En cambio a nosotros para casarnos, que es para toda la vida —porque un cura puede dejar, en cambio para nosotros es para toda la vida—, nos arreglan con cuatro conferencias”. Muy sabio. Por eso se habla siempre de un catecumenado hacia el matrimonio y los primeros años de matrimonio.

—Le dije que era la última de algo teológico o vinculado a la iglesia y me equivoqué, no le mentí. Pero en estos tiempos se habla, y no sé los números, de que no hay tantas vocaciones. O quizás sí y no trascienden. Pero independientemente de eso, en el caso que el celibato no fuese obligatorio —no que desaparezca el celibato, que no fuese obligatorio— ¿usted imagina que la existencia de sacerdotes con la posibilidad de estar casados, como hay en otras iglesias, podría colaborar para que más gente se sume al sacerdocio?

—O sea que podría revisarse.

La iglesia del futuro tendrá la impronta de Francisco. Algo de eso ya se ve: la austeridad de su antigua oficina como arzobispo de Buenos Aires ha contagiado la atmósfera vaticana, y algunos sectores tradicionales han perdido privilegios. En el laborioso equilibrio que caracteriza su trabajo, el Papa ha logrado un triunfo importante de cara al porvenir: ha nombrado a la mitad de los cardenales actualmente electores.

—Santo Padre, ¿sintió al principio, no sé si ahora, resistencia de parte de la iglesia o de los obispos de Roma ante algunas ideas o algunos cambios que usted impulsa?

—Voy a leer textualmente porque me parece que cada palabra es fuerte; lo dice Julián Herranz, creo que el cardenal más antiguo que tiene el Vaticano.

—Está como hace 60 años acá en el Vaticano. Y dijo textualmente: “He trabajado para seis papas y todos han sido criticados. De los seis pontífices quizás el diablo se ha cebado con dos, con Pablo VI y con Francisco. Siempre para dividir a la iglesia y obstaculizar la difusión del evangelio.” ¿Qué siente frente a esto?

Se han resuelto las que ha habido. Y si hay alguna está ahí, en el rincón, escondida, y se hablan entre los que la sostienen. [Cuando llevan] Al borde del cisma, eso es lo feo. Por ejemplo, el caso de algún obispo americano, uno muy conocido, que fue nuncio. Uno no sabe si ese hombre es católico o no es católico, está ahí en el borde. Esas resistencias mal manejadas. En la iglesia desde el inicio hubo resistencias. Cuando San Pablo cuenta “Y yo me le encaré a Pedro y le dije que era un hombre sinuoso, que no hablaba…” Sinuoso es una palabra como si fuera de dos caras ¿no? “Y que por qué se hacía con los judíos que no comía carne y con nosotros sí. Lo encaré”. Eso no es resistencia, eso ayuda al gobierno. Cuando me hacen críticas de frente las agradezco. Por ahí no me gustan, pero las agradezco.

—Sí, uno.

—¿Cómo lo sabe?

En la hora que le dedicó a Infobae, el Papa no sólo compartió ideas profundas y definiciones. También reveló sus costumbres, las pequeñas acciones repetidas que tejen cada día, e incluso sus manías como la aversión al teléfono celular. Pero aun cuando habló de estos detalles menores, meros datos de color de la vida, su pasión religiosa se dejó ver.

—Le voy a preguntar algo —no lo tome a mal— sobre su vida cotidiana. Lo vi caminando muy bien pero hace unos meses lo vi en fotos en silla de ruedas. ¿Podría contarnos qué ha ocurrido?

—¿Cuántas horas duerme por día?

—De siesta.

—Una curiosidad: en el libro El pastor usted comenta que desde 1990 no ve televisión. ¿Puedo saber por qué?

—Cuando jugó la selección argentina en el Mundial ¿la vio?

En los dos partidos, el de Holanda y el final, comienza ganando 2 a 0; 3 a 1, ah, todos felices los argentinos; nos vamos al segundo tiempo y termina ganando los dos por un penal. Por casualidad. Los argentinos tenemos eso: empezamos con entusiasmo las cosas y tenemos una cultura —no sé, al menos yo la tengo— de dejar a la mitad. Y como que ya nos damos por vencidos antes de tiempo, o vencemos antes de tiempo. Sea en lo positivo o en lo negativo. Nos cuesta terminar el perfil de las cosas. Es una reflexión mía en base a estas dos cosas objetivas, nada más.

—Eso es fundamental, porque eso me tenía en contacto continuo con la gente, y eso es muy variado. Cosas que me quedan muy grabadas y que me cambiaron a veces la actitud. Cuando tenía que tomar el colectivo que pasaba por la cárcel de Devoto —tenía que ir a una parroquia por Devoto— varias veces me sucedió esto: estaba en la cola y casi todas eran madres. Casi todas eran madres. Entonces pensaba siempre sobre la madre de un recluso, lo que siente esa mujer, lo que siente ese hijo. Y eso fomentó en mí una especial cercanía a los presos. Yo todos los años para el Jueves Santo voy a lavar pies a una cárcel.

—Hay muchas más mujeres trabajando en el Vaticano.

Una vez recibí a una jefa de gobierno de altísimo nivel, madre y profesional, profesional que después se dedicó a la política y le está yendo bien. Y le pregunté cómo había hecho para resolver un conflicto muy difícil que había habido en ese lugar; nadie lo podía resolver y ella se las arregló para resolverlo. La respuesta fue esta, creo que puede ayudar mucho, es una mujer. Me miró, silencio. “Como hacemos las mamás”. Qué quiso decir no sé, pero “como hacemos las mamás” resolvió el problema. Tienen otra metodología, las mujeres. Tienen un sentido del tiempo, de la espera, de la paciencia, diverso al hombre. Esto no hace disminuir al hombre, son distintos. Y tienen que complementarse.

—¿Es cierto que no usa teléfono celular?

—¿Nunca?

Me da una libertad muy grande. Porque me entero de todo: tiene mi teléfono o deja el [recado] y yo llamo después. O sea, para mí no es un impedimento. Eso sí, reconozco que mis secretarios tienen celular.

—No, ese mundo no.

—Sí, sí, estoy al día. Y escribo a mano.

—Cuando estudiaba en Alemania me compré una máquina de escribir en uno de esos Angebot [venta de garaje] que tienen los alemanes, por 45 marcos. Ellos los viernes se sacan de encima todo lo que pueden. Y le tomé cariño, era [con] memoria de una línea. La llevé a Buenos Aires cuando volví y la usé hasta que vine para acá, y ahí quedó. Y después ya agarré a mano.

—A mano.

—Y se lo doy al secretario y él lo manda. Sí, todo a mano. Ojo, no quiero decir que es mejor que lo otro, no. Es un límite que tengo, una incapacidad, vamos a decir.

—En el [año] 75. A ver, que me estoy perdiendo… Sí. [En el año] 76 cayó Isabel [Perón] ¿no?

—Ahí se estaba hablando que había un golpe militar que venía en el 76, y en el 75, en Mar del Plata… La comunidad tenía una casa en Mar del Plata y fui ahí. En el 76 dije “Mirá, se habla de un golpe, yo no quiero dejar solo esto”. Era provincial en aquel momento. “Andate”. Además estaba preparando la mudanza de la Curia provincial a San Miguel. Y justo se hizo el 24 de marzo, la mudanza. Y me quedé en casa. Y ahí le tomé el gusto a otro tipo de vacaciones. Leer más, escuchar música, rezar más, descansar más. Y ese estilo me terminó gustando. Y es el que repito siempre.

—Santo Padre, ¿reza a alguna hora en particular? ¿En su habitación, en la capilla? ¿Dónde reza?

Muchas cosas hacen falta para ser Papa, pero quizá uno de los requisitos del empleo es el más visible: hay que saber usar tres sombreros diferentes. Al hablar con Francisco a veces se escuchaba al pastor, otras veces sonaba la voz del Sumo Pontífice y otras veces hablaba un jefe de estado.

—Le voy a leer cuatro definiciones suyas muy cortitas y usted me dice si las puse en un orden correcto y si las interpreto bien: “No condeno al capitalismo”, “Tampoco estoy en contra del mercado”; “De ninguna manera está mal producir riquezas para el bien de todos”, y “Debe reconocerse al que crea trabajo”. ¿Es correcto?

—¿Por qué algunos medios o algunas personalidades lo ven a usted como una persona que tal vez no está a favor del capitalismo?

—La pregunta que sigue tiene que ver con algo que para todo humano es algo que sabe que va a pasar y no sabe cuándo, que es la muerte. Usted, máxima autoridad de la iglesia, ¿le tiene temor a la muerte?

—Luis Novaresio, que hace unas entrevistas muy íntimas, siempre hace la misma última pregunta: “Nos morimos ¿y qué pasa?”. ¿Qué piensa usted que pasa en el momento siguiente?

—Lo voy a llevar a temas un poquito más ríspidos, internacionales. La pregunta ya no es al pastor sino al jefe de Estado, y me va a poder contestar lo que pueda. Pero imagino, conociendo cómo es usted, su preocupación enorme por lo que empezó hace más de un año muy cerca de acá: la invasión rusa a Ucrania y la cantidad de crímenes de guerra que se están cometiendo. Impresiona el bombardeo a población civil en Ucrania. Sé que al comienzo o antes del comienzo de la invasión rusa su diplomacia hizo llamados, gestiones. ¿Habla con [Volodimir] Zelenski, habló alguna vez con [Vladimir] Putin en estos tiempos?

—¿Imagina alguna solución en el corto plazo?

A nosotros esta guerra nos duele mucho porque la tenemos al lado, pero el mundo está en guerra desde siempre. Al menos desde hace un siglo. Nos olvidamos de Yemen, por ejemplo. Los chicos del Yemen. Nos olvidamos de los rohinyá, Myanmar, todo ese drama de guerra. Nos olvidamos de Goma, al norte del Congo, y Ruanda. Claro, como esta guerra es del barrio de al lado, ya la tenemos cerquita, nos llama la atención. Pero no paramos de guerrear.

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